El 28 de febrero de 1985, un grupo de seis personas jóvenes tomaron un avión de SAS en el aeropuerto de Ezeiza. El destino final del vuelo era Estocolmo. Se trataba de cinco muchachos jóvenes de menos de cuarenta años y una rubia muchacha de apenas 19 años. Su padre debió firmar una autorización para que pudiera salir del país. Las leyes de entonces daban la mayoría de edad recién a los 21 años.
Subieron ruidosamente al avión y se acomodaron muy cerca unos de otros. Iban a filmar una película, cuyo rodaje ya había comenzado en Buenos Aires y se completaría con una semana de filmación en Estocolmo y, de ser posible, un par de días en Estambul. Los viajeros eran dos directores que realizaban su opera prima, un libretista que había vivido exilado en Estocolmo, un director de fotografía que había estado detenido en el siniestro estadio Nacional cuando el golpe de Pinochet y un actor y una actriz. Ambos tenían los roles protagónicos en la película.
Para todos, menos para el libretista, ese era el primer viaje a Europa que realizaban en su vida. Los embargaba una emoción muy difícil de describir. Habían salido recién de la oscura y sangrienta noche de la dictadura, habían sobrevivido en silencio, alguno de ellos en un exilio interior, lejos de Buenos Aires. Unos habían aprovechado la suspensión despótica de la actividad política para estudiar cine o actuación. La actriz había aparecido de la noche a la mañana protagonizando una película que hablaba de la Guerra de Malvinas. Detrás de esa aparición había años de estudio y dedicación. Hablaban mucho durante la primera parte del vuelo que hacía escala en Río de Janeiro. Hacían esos típicos chistes de grupo cerrado que se refieren a momentos o situaciones que han vivido juntos, donde alguien dijo una tontería o hizo un papelón. Se reían. Daban toda la impresión de estar muy felices.
Llegarón a Río de Janeiro donde el avión se detuvo no mucho más de media hora o cuarenta minutos y se lanzaron a cruzar el Atlántico. Ya era cerca de la medianoche.
La cabina de los pasajeros estaba en penumbras. Muchos dormían después de la cena. Solo se veían las luces del lugar del personal del vuelo y un rumor suave y adormecedor vibraba en el espacio de la cabina. Afuera era noche oscura.
Ya era 1° de marzo.
Entonces, se empezó a escuchar con nitidez, pese a la voz baja con que cantaban, el cumpleaños feliz que heredamos de la tradición inglesa. Y uno de los directores y el libretista aparecían en los pasillos de la cabina con copas de champagne que distribuyeron entre los otros miembros del grupo.
El actor, Norberto Díaz, cumplía 33 años en el medio del Oceáno Atlántico, en vuelo a Estocolmo, donde se convertiría en el Enrique al que el exilio, la neurosis y la vida le hacen perder para siempre a Mirta, convertida en mujer por el mismo exilio.
Norberto Díaz se fue antes de lo que debía.
De todas maneras, feliz cumpleaños, Norberto. Nuevamente festejás tu nacimiento en el cielo, como aquella madrugada sobre el Atlántico.
Buenos Aires, 28 de febrero de 2021