domingo, 30 de diciembre de 2018

A Héctor, un patriota semita y criollo



Seguramente la estirpe tenía un humilde y aplicado carpintero,
allá, en la aldea fronteriza de Bar.
Quién sabe.
Quizás el carpintero era de antes que la itálica esposa de Segismundo
le pusiera ese nombre,
recordando la soleada Bari del taco de la bota.
Tierra de invasiones, de disputa,
de pobreza, de pogroms,
de violentas cabalgatas cosacas,
de cantarinas y feroces cimitarras osmanlíes.
¿Quién sabe cuantos ataúdes talló el lejano carpintero
que le dió el nombre a la estirpe?
Sería un rubio jázaro devoto del tetragrama del desierto,
esperanzado en el hijo de David que traería la paz,
de una vez por todas.
La cuestión es que,
arrastrados por odios y miserias seculares
se lanzaron a la tierra prometida,
lejos, muy lejos de los manantiales de miel y leche,
recalando en un lugar de nombre cabalístico,
el Once.
El niño se llamaba como el padre de las doce tribus,
Jacobo, y su nombre,
inseparable para mi generación de tu artesanal apellido,
intentó construir un reino de palabras, de negocios,
de ideas e intrigas,
que le dieron prestigio y una legión de enemigos,
merecidos e inmerecidos,
que, nuevamente, arrastraron a la estirpe
a un vórtice de violencia, de odio y persecución.
El fue quizás el Príamo que pensó tu hombre,
Héctor,
nombre de héroe,
y quiso la historia, caprichosa y voluble,
que te enamoraras de Troya, tu patria,
y terminaras dando tu vida por defenderla y honrarla.
Héctor Timerman,
tuviste un destino de patriota
en un linaje cosmopolita, errante y desarraigado.
Hubo algo de José en tu destino,
algo de aquel hijo bienamado por el padre
al que sus hermanos envidian y traicionan,
dejándolo abandonado en un pozo,
para que un Putifar de opereta
castigue tu defensa de la Patria
ante la amenaza de saqueo de sucios mercaderes.
Héctor Timerman,
desde ese pasado de extrañamientos y desarraigos,
desde esa sensación de no pertenecer a ninguna parte,
supiste, por dignidad, por orgullo y amor a tu tierra,
alzarte a la altura de los más grandes.
El infame letrero de traidor a la patria
lograste compartirlo con San Martín, con Rosas y Perón.
Hiciste honor a tu condición de argentino
y los nostalgiosos de las cebollas de Egipto que usurpan
la representación de tu tribu
serán sepultados en la peor de las indignidades,
el desprecio y el olvido.
Hoy despedimos a un héroe argentino,
semita y criollo.
Que Yahvé presida tu encuentro con los mejores de tu progenie.

30 de diciembre de 2018


viernes, 14 de diciembre de 2018

Buenos Aires también es Iturbe


Alrededor del 1° de noviembre de 1982 viajé con Jorge Coscia a Jujuy, al pequeño pueblito de Iturbe, a 3.300 metros de altura. Fue un viaje fascinante. El objetivo era un documental sobre las celebraciones del Día de los Muertos en la Puna de Atacama. Había luz eléctrica desde las 7 u ocho de la tarde hasta las diez de la noche. Para cargar las baterías de la cámara teníamos que caminar hasta el almacén y despacho de bebidas del pueblito. Cruzábamos un espacio de un kilómetro y medio, plano, casi sin vegetación, en un paisaje lunar, por su desangelada soledad, su luz fría y la inconsistencia del aire que respirábamos. Una noche que estábamos en el bar cargando las pilas de la cámara y las nuestras, comenzó una tormenta eléctrica descomunal. Los rayos caían enloquecidos y bellos sobre ese descampado que tendríamos que cruzar para volver a casa.
La gente del lugar nos alertó. Esperen que pase, nos dijeron, esos rayos matan gente. Y si llevan la cámara con las baterías quedarán fulminados en un minuto.
Quedamos aterrados. Nos contaron que era una de las causas de muerte más común en la zona. Que con un pararrayos se ahorraría mucho dolor. Recuerdo haber hecho un chiste: Benjamín Franklin no llegó aún a la Puna. Y el arma de Zeus seguía segando vidas lejos del Olimpo.
Bueno, en la Reina del Plata, en la ciudad capital de la Argentina, en el distrito más rico del país, donde su intendente se gasta 8.500 millones de pesos para reparar veredas que reparó hace unos meses, una mujer murió por un rayo.
No estaba en la Puna de Atacama, a 3.000 metros de altura, en una pequeña localidad olvidada de la mano de Dios. 
No. 
Estaba a cinco kilómetros de la Casa Rosada, a doscientos metros de una avenida con semáforos, por la que transitaban miles de autos computarizados, rodeado de viviendas con televisores led y computadoras con wifi.
La mujer había cometido un error, un solo error. Vivía junto con su compañero, que también fue alcanzado por la ira de Zeus, bajo un árbol, en un parque. Estaban, como se dice no sin cierta hipocresía, en situación de calle o de plaza, para ser precisos. Era una persona joven, descartada, superflua, que se abrazaba seguramente con miedo a su compañero, también un descartado, un superavitario, un invisible, que ni siquiera tuvieron un zaguán, una marquesina, un miserable lugar donde resguardarse de esa maldición que en 1749, hace 269 años, ya había sido conjurada.
En la vana y presumida Buenos Aires, en la miserable Ciudad Autónoma, alcaldía con pretensiones que vota mayoritariamente a una obesa psicópata, una mujer joven, pobre como una araña, sin otra propiedad que su humilde vestido, murió por un rayo.
Para los descartados cualquier lugar es ese descampado de Iturbe donde rayos caprichosos siegan la vida de los invisibles.
Buenos Aires, 13 de diciembre de 2018 

jueves, 6 de diciembre de 2018

Ovillejo a un caído en desgracia



¡Eh, seque sus lágrimas y no llore!,
Commendatore;
que cayó como si fuera un chingolo,
Paolo;
ya sabe usted que la suerte es loca,
Rocca.

Hoy un juez forajido y bandolero
su copa con los yanquis entrechoca.
Su fortuna ha adquirido un sino fiero,
Commendatore Paolo Rocca.

6 de diciembre de 2018

Soneto en el Día del Médico



Es el Doctor Jorge Rachid, el Turco,
galeno prestigioso y de modo,
que vino desde el sur abriendo surco
hace cuarenta años, largo periodo.

No por eso su lomo es más curco
ni su fervor militante cayó al lodo.
Y es aquí donde mi verso bifurco
por no encontrar más rimas a su apodo.

Que lo pase muy feliz en su día
es clamor que rebota desde el cuore.
Que su ciencia no es mester de gollería,

ni la salud cuestión que se pignore,
pues su entrega, su pasión y gallardía
ya se ha hecho un tema del folklore.
3 de diciembre de 2018

Ovillejo a un tordo en su día


Hoy es el día en su honor,
Doctor,
y quiero a ustedes cantarlos,
Juan Carlos,
tordos, galenos, matasanos,
Biani, el Tano.
Tras de los pasos de Carrillo
se hizo en la prevención baqueano,
y al Clínicas le sacó brillo
Juan Carlos Biani, el Tano.

3 de diciembre de 2018