lunes, 28 de octubre de 2024

El antiguo diseñador gráfico y la némesis del bobocero

En el año 1991 hubo elecciones a gobernador en las provincia de Buenos Aires. Gobernaba Menem quien ya había comenzado su plan destructor. El candidato oficial del PJ era Eduardo Duhalde. Saúl Ubaldini tenía la voluntad de presentarse al cargo, pero carecía de un partido.

El pequeño Partido de la Izquierda Nacional, dirigido por Jorge Enea Spilimbergo, había logrado, con un gran esfuerzo militante, obtener una personería en la provincia con el nombre Acción Popular para la Liberación. Ofrecimos a Ubaldini esa personería y fue así como se presentó a esas elecciones. Obtuvimos la humilde cifra de 2,21 %, por razones que no es momento de comentar. 

El hecho es que, pasadas las elecciones, la justicia electoral nos llama para comunicarnos que, por la ley de financiamiento de los Partidos Políticos, nos correspondía cobrar una, para nosotros, interesante suma de dinero. Hicimos una consulta con Ubaldini, en caso de que tuvieran interés en cobrar algo y la generosa respuesta fue que la cobráramos nosotros que éramos los responsables del partido. 

Con ese dinero que, insisto, para un pequeño movimiento como el nuestro era una suma muy importante -recuerden que estábamos en el uno a uno-. Nuestra conclusión era que habíamos solucionado nuestros problemas financieros por un largo tiempo. 

La decisión que adoptamos fue abrir un negocio de diseño gráfico y de impresión de originales a color. Aún no existían las actuales impresoras a tinta y el único artefacto eran las gigantescas fotocopiadoras color Xerox, por medio de un costoso aparato que mediaba entre la computadora y la fotocopiadora. El único negocio que, en Buenos Aires, realizaba tal tarea era Taller 4, cuyas sucursales se habían multiplicado. La cuestión es que alquilamos un lindo local en Paraná y Lavalle, con nuestras manos lo pintamos y arreglamos e inauguramos un negocio al que se me ocurrió llamar Original & Copia. Ninguno de nosotros era, estrictamente hablando un diseñador gráfico. Nos podíamos defender en el viejo CorelDraw o en el antiguo Illustrator, pero no mucho más. Esta fue la razón que nos llevó a contratar a alguna persona que tuviese una formación de diseñador gráfico. 

Y ahí apareció @FabianWaldman. Un jovencito con un título universitario de diseñador gráfico, con notorias simpatías, digamos, de izquierda, trabajador, voluntarioso, inteligente y, por sobre todo, muy buena gente. 

El negocio duró unos años. Nos dio grandes satisfacciones y muchos dolores de cabeza. Entre las satisfacciones fue la de haber podido contactar a Hugo Chávez en su primer viaje a la Argentina y llevarlo a hablar a nuestro local en la calle Salta y México. Los dolores de cabeza nos costó unos años pagarlos. 

Pero he aquí que el tiempo pasa que es una barbaridad y un día aparece en la radio, en la televisión y en las redes un periodista, seguidor como perro de sulky, contestador y agudo que se ha convertido en un némesis del bobocero presidencial. Y esa voz y esa cara me resultó conocida. 

Fue Guadalupe, mi hija, cajera de aquel Original y Copia, quien me avivó.

- Pero, boludo, es Fabián, ¿no te acordás?, me dijo. 

Así que, es cierto, puedo dar fe de que Fabián ha usado siempre los productos MacIntosh.

28 de octubre de 2024

lunes, 14 de octubre de 2024

Décimas a un pícaro trotamundos

 


Anda recorriendo el mundo

un pícaro rosarino

que descarado y sin tino

bolacea inverecundo.

Ocultando que es oriundo

de una itálica aldea,

el rosarino alardea

de un hispánico orgullo.

Se llama Marcelo Gullo

y a los gallegos buitrea.


Este Gullo aquí nombrado

tiene una historia peruana.

Él dice que son macanas,

pero en Perú era buscado.

En su rumbo alocado,

pronto se hizo peronista,

para más, ¡revisionista!,

y así seguir ordeñando

cualquiera que fuese el bando:

¡Marcelo, el oportunista!


Agotada esta instancia

salió a buscar otro norte,

un gobierno, alguna corte,

para viáticos y estancia.

Eso intentó, sin prestancia,

con Maduro, en Venezuela.

Allí no encontró candela,

y con tremendo bloqueo

tuvo miedo al desempleo.

Se fue a España a buscar tela.

Por el lado de la izquierda

todo estaba muy cerrado.

Mucho argento había pasado,

ya no hay español que muerda.

En ese instante recuerda

viejos textos hispanistas.

Si defiende la conquista

que de América hizo España

podrá impedir la guadaña

del hambre que ya se avista.

Y así salió a toda vela,

sin el mínimo desgarro,

a defender a Pizarro,

a Cortés y hasta a Pezuela.

poniendole la sayuela

de inglés hasta a San Martín.

Nada detiene al golfín

para cobrar su salario.

Para ser un buen sicario

hay que ser traidor y ruin.

Esta es la breve historia

de un pícaro historiador

que sin rubor ni pudor

se ató a la dulce noria

de un amo triste y sin gloria.

Marcelo Gullo es el nombre.

Compañero, no se asombre

si en el medio de un camino

se lo encuentra a este ladino:

no tiene mucho de hombre.



Soneto a la paella

 


El arroz, el pollo y el langostino, el caldo, el calamar y el mejillón, el azafrán y su rubor diamantino, el tomate colorado y dulzón; el oliva untuoso y verdino; por fin, el ajo, fragante sansón que anuncia de lejos, en el camino, a la paella en ebullición.

Del valenciano alquimia notable que puso en la olla lo que tenía tornando a la pobreza en respetable, fina y exquisita gastronomía. Hoy celebro aquel momento inefable de la pobreza hecha alegría. Madrid, 9 de septiembre de 2024

martes, 17 de septiembre de 2024

Limónov, los treinta años que cambiaron a Rusia


Alguna vez, Jorge Enea Spilimbergo – no recuerdo a propósito de quien, posiblemente de Regis Debray – me dijo:

– Mire, cuando un bachiller francés se pone a escribir, larga 20 metros más adelante.

Ese pensamiento me vino a la memoria mientras leía Limónov, la biografía novelizada del novelesco Eduard Veniamínovich Savenko, conocido por su seudónimo literario y político como Eduardo Limónov.

Está maravillosamente escrito y no se limita a biografiar al extraño punk ruso, sino también a contar los últimos años de la Unión Soviética, el principio de la actual Federación Rusa, los tormentosos y desaforados años del dipsómano Boris Yeltsin, el pillaje lumpenburgués de los llamados “oligarcas”, la aparición de Putin y buena parte de la vida del propio narrador, Emanuel Carrère.

Ocurre que Emanuel es hijo de Hélène Zourabichvili, conocida como Helène Carrère d'Encausse, cuyos extraordinarios libros acerca del mundo musulmán en la URSS, o como ella lo llamaba El Imperio Soviético, ayudaron a la comprensión de lo que ocurría en el seno de del bloque socialista burocratizado. La hija de los aristócratas georgianos escapados del gran alzamiento de Octubre, con una notable investigación que la llevó a conocer personalmente los países caucásicos y asiáticos que quedaban ocultos bajo el paraguas de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), puso a la luz de los interesados la realidad histórica, política, social y cultural de esos países que hoy se llaman Azerbaján, Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Kirguiztán. Fue gracias a esta señora que supe de la historia de Samarcanda, la ciudad de más de 2.700 años, un cruce de civilizaciones y culturas que contiene, entre otras maravillas, la tumba de Tamerlán, el gran unificador del Asia Central.

Sus análisis sobre el impacto de la Revolución de Octubre en el mundo asiático, donde un pequeño núcleo de obreros del ferrocarril o del petróleo difunden hojillas socialistas en un océano precapitalista que los consideraba ocupantes coloniales, pusieron – como he dicho – , una nueva luz a la comprensión de aquel complejo mundo del que solo conocíamos la insurrección de Petrogrado.

Obviamente, tal madre no puede no aparecer en el libro de su hijo, quien, al estudiar y seguir la vida y personalidad de Limónov, vuelve a aquellas largas ausencias maternas, a sus antepasados aristócratas del imperio zarista, a sus permanentes reflexiones sobre la actualidad rusa.

En algunos momentos del libro Emanuel Carrère deja entrever esa mirada sobre Rusia y su hinterland asiático, entre fascinada y despectiva, del etnógrafo y su misterioso nativo al que intenta describir. Uno siente, en algunos párrafos, en algunas expresiones que el autor comparte esa idea que transmite el poeta Alexander Blok en su poema Escitas que publiqué aquí:


¡Sí, somos escitas, sí, asiáticos,

una codiciosa tribu de ojos rasgados!

Para ti, son siglos, para nosotros, una sola hora.

Como esclavos, obedientes y despreciados,

hemos sostenido el escudo entre dos razas hostiles,

la de Europa y las feroces hordas mongoles.

Ha logrado periodizar la complicada y aventurera vida de Limónov, desde sus humildes orígenes en la hoy conocida ciudad de Jarkov, hijo de un oficial de rango inferior de la Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje, más conocida como Cheka, el aparato de inteligencia y policial fundado por el bolchevique Felix Dzerzhinsky, cuyo retrato aún hoy preside el despacho de Vladimir Putin. La lenta transformación de un adolescente al margen de la ley y el homeless neoyorquino que se hace penetrar por otro homeless afronorteamericano en un parque público, hasta el escritor y político que, junto con Alexander Duguin, funda el Partido Nacional Bolchevique y que, posteriormente, se alía con el gran maestro del ajedrez Garri Gaspárov para disputarle las elecciones presidenciales a Boris Yeltsin, Carrère se mete en la cabeza de su biografiado, en sus humores y sus pensamientos. Cierto es que la obra escrita de Limónov, que no tiene pelos en la lengua para contar su propia vida, le ha sido de una ayuda inestimable.

Limónov queda retratado como un enorme, un gigantesco perdedor, con permanentes e insatisfechas ansias de ser reconocido como un héroe, como un gran hombre, como un mesías guerrero e irreductible. Carrère, su biógrafo, trasluce, por momentos algo como una envidia por esa vida azarosa, por ese intelectual de lecturas mezcladas y sin sistema, donde Alan de Benoist y Julius Evola se entrevera con Lenin, Duguin y Stalin. La descripción de sus mujeres jóvenes, hermosas y quebradas y por los dos años de cárcel en una prisión rusa, donde logra recibir respeto y obtiene autoridad, son contadas por Carrère con un dejo de nostalgia y cierto desprecio por su vida de bachiller francés.

Finalmente, aparece el último personaje. Un hombre algo más joven que Eduardo Limónov, pero con un origen muy parecido y que ha sufrido igualmente los avatares de la implosión soviética: Vladimir Vladimirovich Putin. 

En la descripción de Carrère, Putin surge como un alter ego de Limónov, más equilibrado, más concreto, con menos extravagancias, pero de un espíritu similar, pese a que su biografiado lo tenga por su peor enemigo. Rusia, ese misterioso país asiático incrustado en Europa, sus pueblos y su gente, la impenetrable mirada del mujik, las borracheras arrasadoras, su experiencia socialista – la primera en la historia humana – y la implacable solidez de su densidad nacional – para citar a Aldo Ferrer – logró expresarse, en medio de un caos que parecía final, a través de ese hombre, mientras Limónov se desdibuja en una vida que fue, siempre, puro presente.

Limónov, un libro al que la realidad le ha dado una actualidad que lo hace inevitable.

Madrid, 17 de septiembre de 2024.

sábado, 7 de septiembre de 2024

Madrid, un amigo, Piazzolla y una visión apocalíptica

Mi amigo Marcos Iaffa, un argentino residente desde hace 20 años en Madrid, me invitó a un recital del Astor Quintet, en un hermoso sótano cercano a la Plaza Santo Domingo que lleva el sugerente nombre de Café Berlín. 

Pero antes, quiero contarles quien es mi amigo Marcos Iaffa. 

Es un arquitecto porteño a quien conocí en la milonga hace 25 años. Su abuelo era un inmigrante de Odessa, con pasaporte ruso, y su padre fue un convencido y sincero comunista argentino que, en sus años mozos, vino a España a combatir junto a las Brigadas Internacionales por la República y contra los fascistas. En España se enamoró de una bella muchacha campesina y entre metrallas y canciones unieron sus vidas. Al caer Madrid, el hombre fue hecho prisionero de la morralla franquista, dejando a su compañera embarazada. La intervención del gobierno argentino, posiblemente del presidente Ortiz, permitió su libertad y su repatriación. Ya en la Argentina recién pudo reunirse con su española un par de años después. La muchacha llegó al puerto de Buenos Aires con un niño de la mano, quien por primera vez conoció a su padre. Era el hermano mayor de Marcos.

Marcos creció en un hogar comunista y sus primeras armas políticas fueron en la lucha entre “la libre” y “la laica”, en las calles porteñas, a fines de los años 50. Pasó por todas las divisiones de la izquierda socialista de la década del 60 y mantuvo con su padre y su madre una diferencia política esencial. Al contrario de ellos, obvia y casi necesariamente aferrados al mundo de la preguerra, nunca compartió una mirada lapidaria y cancelatoria del peronismo. Pasó por la CGT de los Argentinos y terminó en una militancia cercana al Partido Comunista Revolucionario. Hemos descubierto en Madrid que Chiche Perelman, Darío Lagos, Antonio Sofía y Ricardo Chornik -a destacados militantes y dirigentes de ese partido y con quienes compartí enfrentamientos y coincidencias- eran también sus amigos.

Pero a Marcos lo conocí en la milonga. A los cincuenta años se acercó, como yo, al baile y el caminar abrazado con una hermosa mujer al compás de un tango, de una milonga o un vals se convirtió en su segunda vida.

Y a principios del siglo se vino a Madrid para instalar una milonga. Y le fue bien. Logró continuar su profesión de arquitecto y, algunas noches a la semana, era el anfitrión de españoles y españolas que también caían bajo la seducción de Troilo, Di Sarli y Miguel Caló. Mi amigo cerró hace años su milonga, pero esa exitosa experiencia lo hizo un referente tanguero de esta ciudad.

Marcos, entonces, me invitó al Café Berlín. Y pude presenciar un recital de una hora y media del Astor Quintet. Son unos músicos fenomenales, grandiosos, que han logrado encontrar, como diría Julián Centeya, “el misterio profundo de la cosa” y suenan como si Piazzolla, López Ruiz, Kicho Díaz, Osvaldo Manzi y Baralis llenaran el escenario. Su repertorio es exquisito y recorren casi todas las etapas de Piazzolla, desde su inicial “Triunfal” que convenció a Nadia Boulanger que su alumno era antes que nada un bandoneonista de tango hasta el apabullante “Biyuya” de su etapa más avanzada.


Todo el recital me produjo una honda conmoción. Obviamente no era nostalgia. Hace dos días que estoy en Madrid y todo es estupendo. No hay nada de allá que, hoy, pueda extrañar. No soy de los que viajan y rápidamente extrañan el 60 o la pizza de Güerrín.

Mi pensamiento se vio brutalmente invadido por la idea que -quizás, quien dice, Dios no lo permita- esa Argentina que produjo a Astor y a estos músicos que estaban en el escenario, finos virtuosos de su instrumento, capaces de captar el espíritu, la textura del gran compositor, sean animales en peligro de extinción. Que la Argentina que los produjo -todos ellos estudiaron en la escuela pública, tres de ellos egresados de la Escuela de Música Popular de Avellaneda- desaparezca y los argentinos, talentosos, cultos, educados, un poco soberbios y algo prepotentes nos convirtamos en una especie de gitanos, sin país, con solo tradiciones, con una música y una cultura propia, dispersa por el mundo, sin asentamiento posible. Una raza basada en el recuerdo, en la literatura, en la música y en la memoria de hombres y mujeres que vivieron y crearon un paraíso perdido que desapareció de la faz de la tierra.

Porque así se ve la Argentina desde lejos. No es nostalgia, es casi desesperación. Una pandilla de vulgares e ignorantes charlatanes al servicio de una clase bastarda, inculta y sin arraigo, movidos tan solo por una miserable crematística, sin horizonte, sin futuro, sin civilización, destruye los cimientos humanos, económicos y sociales del país, mientras los argentinos discutimos sobre nuestro
luminoso pasado.

Sé que suena apocalíptico y trágico. Pero Cartago dejó de existir.

Madrid, 8 de septiembre de 2024 

sábado, 31 de agosto de 2024

Este país, mi país, la Argentina, llevada y traída a lo largo de estos dolorosos 70 años, guarda en su seno la maravillosa capacidad de cumplir, posiblemente, un único mandato de los hombres del 53 cuando inscribieron en el preámbulo constitucional “para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.

Alguna vez, casi como un chiste, afirmé que cuando el periodismo vea a algún muchacho de origen coreano presidir el centro de estudiantes del Nacional Buenos Aires, del Carlos Pellegrini o del Mariano Acosta, que le ponga un ojo, porque posiblemente sea el primer presidente argentino de ese origen.

Acabo de escuchar en la radio sobre el estreno de una película dirigida por una compatriota de origen coreano. Me niego a hablar de argentino-coreana. Esa es la denominación usada en los EE.UU. donde sólo los americanos de origen anglo-sajón se consideran con el derecho a ser norteamericanos. Astor Piazzolla no es ítalo-argentino, ni Norman Briski es judeo-argentino. Acá somos todos argentinos de diferentes orígenes, algunos de acá, otros de allá.



La película se llama Partió de mí un barco llevándome, su directora, nacida en Buenos Aires, se llama Cecilia Kang y su protagonista es otra porteña, Melanie Chong. El argumento toma como punto de partida la brutal explotación sexual de mujeres coreanas por parte de los invasores japoneses que entre 1910 y 1945 ocuparon colonialmente el actual territorio de Corea del Norte y Corea del Sur. El destino de esas pobres mujeres no terminó con la expulsión de los japoneses. La sociedad coreana las relegó a un plano de inexistencia, como si hubieran sido cómplices del invasor. La directora toma como punto de partida el testimonio horroroso de una de esas mujeres, Kim Bok-dong, quien falleció en enero de 2019. A partir de ello se mete con aquellas voces que fueron durante mucho tiempo silenciadas y que hasta el día de hoy son escuchadas parcialmente, a través de su protagonista Melanie.

La directora ha dicho que desconocía esa historia y le impresionó en un viaje que realizó a Seúl. Las historias desconocidas de la tierra de los padres se mezclan con las desconocidas historias de la tierra en la que nació y encuentra el nombre para su filme en un poema de Alejandra Pizarnik:

“explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome”

Este país, mi país, La Argentina sigue incorporando a “todos los hombres (y mujeres) del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Y no hay argentino-coreanos. Hay argentinos con los ojos rasgados y una maravillosa gastronomía. Y la directora agrega, en una entrevista, para que no quepa duda de lo que estoy diciendo:  Hoy por hoy, con las políticas que estamos viviendo, siento que se hace aún más presente una película como ésta”.

Esa tontería me enorgullece y emociona.

La película se exhibe en el MALBA los sábados a las 18 horas.

jueves, 8 de agosto de 2024

Cateterismo

Hoy tuve un día lleno de emociones.

Como les conté, tenía que internarme a las 13 horas para una intervención médica. Pedí un coche para las 12 y, como Rivadavia estaba cortada por la manifestación de la UTEP, caminé hasta avenida La Plata a esperar el vehículo.

En esa esquina me encuentro con un lógico nudo de tránsito y un viejo típicamente caballitense hablando, con un conductor, de los "planeros, vagos y malentretenidos" que marchan por la avenida. Espero que se desocupe para que me alcance y lo miro. Cree ver en mí una mirada de complacencia con sus invectivas y me dice: 

--Este país de mierda.

Lo miré a los ojos y le respondo en vos alta y provocadora: 

-- Sí, este país hecho mierda por el hijo de puta de Milei.

-- Ya lo era desde antes. -- me responde el pobre anciano.

-- Calláte viejo de mierda, bien que lo votaste al insecto este.

Pretendió responderme algo que no escuché, pero me oí claramente decirle, ya en tren te rompo los dientes:

-- Sos un viejo de mierda gorila e hijo de mil putas.

Comenzó a retirarse, mientras el Dr. Baraibar, convertido ya en su otro yo, gritaba:

-- ¡Andá a la puta que te pario, viejo choto!

El geronte se retiró a paso redoblado perdiéndose en el tráfico y la multitud.

Llegué al sanatorio donde me esperaba mi hija. Me interné, me desnudé, me puse la pecherita esa que te dan en los nosocomios para taparte el rabo y me acosté, mientras miraba los juegos olímpicos, con mi hija de compañía.

Al rato entra el doctor y me informa que van a tener que postergar la intervención ya que los dos quirófanos que dispone el sanatorio estaban ocupados en casos de emergencia aguda y que no sabían a qué hora se desocuparían. Dado que yo estaba en ayunas me aconsejó suspender la internación para dentro de 15 días. Me pareció oportuna y prudente la medida y me volví a vestir y salí con mi hija para buscar algún lugar donde almorzar.

Estaba famélico.

Encontramos un restaurante llamado algo así como Las Delicias de Taiwan y entramos.

Ya en la entrada veo unos libros en cuyas tapas dice algo como La verdad sobre el Partido Comunista Chino. Nos sentamos a una mesa y, observando el entorno, vemos que pertenece a la secta china Falun y en las pantallas de televisión pasan vídeos atacando a la República Popular China. Mi hija y yo comentamos la situación y pedimos la comida que, por otra parte, era excelente. Comimos muy rico y pedimos la cuenta.

El tipo que nos atendía nos cobra e intenta darme un folleto explicativo sobre las actividades de la secta.

Le guiño un ojo a mi hija y le digo:

-- No, gracias, somos comunistas.

-- Yo solo quería explicarles quiénes somos.-- me dice el gil este.

-- Sí, -- le digo -- son la secta que creó la CIA contra el gobierno de la República fundada por el camarada Mao Tze Dong.

-- Acá todos nosotros pertenecemos a ese movimiento. -- me responde.

-- Lo sé, lo sé, ya los vamos a echar a la mierda de acá también.-- le dije, dando por terminado el agradable diálogo.

El día estaba salvado. Me había peleado con un gorila argentino y con agentes de la CIA chinos.

Y pensar que yo salí para que me pongan un catéter. 

martes, 2 de julio de 2024

La Vaca Atada

El domingo estuve, acompañado por Violeta, mi nieta, en el teatro El Portón de Sánchez. Fuimos a ver La Vaca Atada, una obra escrita y dirigida por Helena Tritek, una de las decanas contemporáneas del teatro porteño.


La obra es una delicia. En tono paródico y con una concepción escénica casi coreográfica, cinco actores exponen los preparativos de un viaje a París, por seis meses, y el propio viaje de una familia oligárquica de lo que Jorge Abelardo Ramos llamó “La Belle Époque”, el breve período argentino que se inicia en 1880 y finaliza con el triunfo de don Hipólito Yrigoyen en 1916, es decir el momento en que la estupidez liberal á la page supone que la Argentina era “una gran potencia”.

Mientras disfrutaba el espectáculo reflexionaba sobre esta notable capacidad que ha tenido nuestra patria en lograr que una notoria hija de inmigrantes, cuyos antepasados llegaron al país posiblemente ilusionados por la aparente prosperidad pampeana, ejecute una radiante vivisección de aquella vieja clase dominante y, sobre todo, de los hombres y mujeres a su servicio.

El primer acto de la obra es, justamente, del personal de servicio. Dos hombres y dos mujeres dedicados a mantener en orden, limpieza y perfección la residencia del matrimonio Paz Roca Anchorena y su hija. La compleja relación de sumisión y aprovechamiento, de ejercicio del poder del mayordomo (brillantemente interpretado por Miguel Alejandro Granado) sobre el resto del personal, el remedo admirativo, caricaturesco y sometido del estilo de vida de los patrones, es un verdadero hallazgo. Milagros Almeida encarna a la mucama, ansiosa por el viaje que iniciará con la familia a París en su largo viaje, mientras Granado fanfarronea en un francés champurreado sobre los sitios que ya ha visitado en viajes anteriores.

Es en el segundo acto que la pareja (Fito Yanelli y Silvina Quintadilla) toma un papel protagónico, mientras que la hija (la encantadora Julieta Raponi) sirve como un trait d'union (para seguir con las franchutadas) de la obra en su conjunto. En mi humilde opinión aquí el texto de Tritek baja en intensidad porque, aún considerando el tono paródico que ha elegido, la descripción de esos oligarcas prototípicos me sonó menos creíble que los anteriores. Les ha puesto un tono un tanto grandilocuente y ampuloso que, insisto, en mi humilde opinión, baja la intensidad de la parodia.

Pero es solo un detalle. Es un espectáculo obligado en estos tiempos en que pretenden retrotraernos a ese falso paraíso que nunca existió, ya no encandilados por Les Champs Elysées, sino por el Ocean Drive de la vulgar Miami. 

Vayan a verla, está los domingos a las 18 horas.

Buenos Aires, 2 de julio de 2024







 

jueves, 20 de junio de 2024

La lluvia seguirá cayendo

Anoche fui al teatro. Se daba, por segunda vez, La lluvia seguirá cayendo y Oscar Barney Finn, su director y coautor, había tenido la gentil deferencia de invitarme. Fui entusiasmado porque sabía de las grandes condiciones de Barney Finn como director y me iba a reencontrar con Osvaldo Santoro, como artista, después de los duros trances a los que lo sometió la vida en los últimos años.
A Osvaldo tuve el placer de conocerlo como vicepresidente de Radio y Televisión Argentina y me encontré con un tipo sensacional, de profundas convicciones políticas, de gran capacidad de gestión y lleno de propuestas renovadoras.
La obra es, de alguna manera una continuidad de Lejana tierra mía, de Eduardo Rovner, que se estrenó en el 2002 , también con la dirección de Barney Finn y la actuación de Osvaldo Santoro y Pablo Brunetti, que también actúa en la obra del Beckett.

Pero esto es solo información. Esta obra, escrita por Barney Finn y Marcelo Zapata, tiene total autonomía de aquella y, en todo caso, lo único que advierte es la cíclica reiteración de las crisis argentinas y su permanente efecto sobre nosotros, los argentinos. Un hijo (Pablo Brunetti) vuelve, después de 20 años de vida en EE.UU. con una exitosa carrera en el mundo de la computación. Lo recibe el padre (Osvaldo Santoro), un pintor reconocido pero en quiebra económica. La obra recorrerá sus enfrentamientos, sus miserias, sus fracasos, con el país y su errabundo devenir como fondo.
Pasé una hora y pico dejándome llevar por la notable interpretación de Osvaldo Santoro, la débil fortaleza de ese pintor soberbio, altivo y solitario en pugna con su hijo, también en muy feliz interpretación de Pablo Brunetti. Vale la pena la obra, la puesta y la actuación. La escenografía de Carlos Gómez Centurión, me reencontró con las telas del artista mendocino y su hermosa residencia al pie de los Andes.
Vayan a verla, realmente la actuación de Osvaldo Santoro, sus cambios, sus enojos y su desazón desgarran el alma.
La función terminó con un estruendoso y largo aplauso del público. A todos les había pasado lo mismo que a mí.

lunes, 13 de mayo de 2024

Olegario V. Andrade y Eleuterio Tiscornia

Bueno, hoy encontré, en mi kiosco de la estación Río de Janeiro, un libro editado en 1943 por la Academia Argentina de Letras: Obras Poéticas, de Olegario V. Andrade, que comienza con un muy documentado prólogo de Eleuterio F. Tiscornia, un filólogo y romanista, entrerriano como el poeta y famoso por un aburrido y un tanto pretencioso, pero erudito, trabajo llamado La Lengua del Martín Fierro. Olegario Víctor Andrade, el poeta de la Confederación de Paraná nació – me entero por este prólogo – en Rio Grande do Sul en 1839, en la localidad de Alegrete, aunque a los cuatro años de edad ya estaba radicado con su padre y su madre en Gualeguaychú, que es también cuna de Tiscornia.



Por su parte, Alegrete fue también el lugar de nacimiento de dos grandes brasileños: de Osvaldo Aranha y de Mário Quintana. Osvaldo Aranha fue compañero de armas de Getulio Vargas en su alzamiento contra la Republica Velha, en 1930, su embajador en EE.UU., ministro de Relaciones Exteriores y presidente de la II Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1947, que acepto la partición de Palestina y dio origen al Estado de Israel. Aranha fue iniciado en el candomblé, la religión afroamericana de los “orixás” y las “iyalorixás”, e instó a Getulio a legalizar la actividad de los terreiros. Osvaldo Aranha era uno de los que acompañaban a Getulio en el momento final, cuando se dispara un balazo en el corazón, para evitar el golpe militar del Brasil “café con leche”. Mário Quintana fue un importante poeta brasileño, periodista y traductor, especialmente del francés.

El padre del poeta, un sencillo orfebre de nombre Mariano Andrade, tuvo que irse de Gualeguaychú por razones políticas. Tiscornia no lo dice pero deja entrever que era unitario y lo compara con otros emigrados como de clara filiación celeste. Me atrevo a sostener que, más que unitario, El recién casado Andrade era antirrosista, cosa que se entiende si se parte de comprender que la disputa en el litoral era el puerto de Buenos Aires vs. los puertos de Santa Fe y Entre Ríos. Al instalarse don Justo José de Urquiza como gobernador de Entre Ríos, los Andrade, ya con hijos, vuelven al terruño.

Y el libro es una hermosa recopilación del poemario que se editó al morir Olegario V. Andrade. A una serie de correcciones que se hicieron, pequeños errores de composición, hay una que vale la pena resaltar. En esta edición aparece con su verdadero nombre “Al General Ángel Vicente Peñaloza” el poema que Andrade le dedicara al héroe riojano, asesinado por Mitre. Y vale la pena porque cuando el Senado Nacional editó este poemario, Mitre logró que el poema apareciese con el falso nombre de “Al Jeneral Lavalle”. La trapisonda fue denunciada por un periodista de La Razón de Montevideo, en 1882. En un texto, que Tiscornia atribuye, con dudas, a Dermidio de María, un amigo juvenil de Andrade, se puede leer: “Una de sus mejores composiciones poéticas, de la juventud, es un Canto a la muerte del Chacho. Para hacerlo admirar en Buenos Aires hubo de publicarlo como Canto a la muerte de Lavalle, aun cuando fuese un contrasentido aplicar al veterano unitario lo que iba realmente dirigido al caudillo de las últimas montoneras federales”. No había sido decisión del poeta ponerle ese nombre, sino del falsificador Bartolomé Mitre.

Para terminar y siguiendo con la reflexión sobre el optimismo de Chesterton, Olegario Víctor Andrade le dedica un largo poema en verso mayor a Víctor Hugo. Ahí escribe algo que me hubiera gustado escribir y vale la pena traer a estos tiempos oscuros:

No hay noche sin mañana...
En el cielo, en la historia, dondequiera
La sombra es siempre efímera y liviana,
La nube por más negra, pasajera.

Buenos Aires, 13 de mayo de 2024

domingo, 5 de mayo de 2024

Una tarde nublada, Chesterton, Dickens y otros viejos amigos

Son las cuatro y media de una tarde de domingo nublada y tristona. Hace un par de meses compré, en mi inagotable cantera de joyas bibliográficas que es el kiosco de la estación Río de Janeiro, la biografía de Dickens, escrita por ese gordo genial, el mejor inglés de toda la historia –incluso mejor que Oliver Cromwell, que se cargó a un rey–, que fue Gilbert Keith Chesterton.


Me preparé un café. Me serví un Johnny Walker Double Black, ideal para leer al gordo. Tomé un corona con tapa cubana que le compro al griego Hermes. Puse todo en una bandeja, más una caja de fósforos y un cuter para el cigarro y lo llevé al balcón. Prendí el cigarro con todo el protocolo que corresponde: olerlo, apretarlo suavemente con los dedos, descabezar la punta, calentarlo con la llama del fósforo y, por fin, llevarlo a la boca y encenderlo al calor de la llama y no sobre la llama. Aspiré y exhale una bocanada dedicada a Manitú y comencé a leer a Chesterton.

Debo aclarar aquí que mi devoción por Chesterton no se la debo a mi educación primaria, secundaria y universitaria en escuela y universidad católicas –Gilberto era provocativamente católico papista en la Inglaterra anglicana–, sino a dos personas que poco tenían que ver con el Colegio San José de Tandil o la Universidad Católica Argentina de Monseñor Octavio Derisi. Una de esas personas fue Luis Alberto Murray, católico sí, pero impregnado de nacionalismo, peronismo, marxismo y anarquismo. Y el otro fue, ni más ni menos que, Jorge Enea Spilimbergo, declarado y documentado marxista, autor de un libro sobre el que vale la pena volver –en el día del onomástico del hechicero de Treveris– “La Cuestión Nacional en Marx”.

Spilimbergo tenía una gran admiración por Chesterton. Fue él quien me recomendó la lectura de “Pequeña Historia de Inglaterra”, una joya deslumbrante de erudición, ingenio, sencillez y una implacable mirada sobre sus compatriotas presentes y pasados. Fue gracias a él que superé mi distancia con Chesterton, basada en un juvenil prejuicio, producto de la ignorancia soberbia, típica de los veinte años.


La lectura de los dos o tres primeros capítulos de este “Dickens” me produjeron, junto con el café, el whisky y el habano, un placer infinito. Voy a citar algunas cosas que le encontré a Gilberto y que tienen una actualidad que despierta admiración.

“El optimista es mejor reformador que el pesimista: el que lo ve todo color de rosa es el que ejecuta en la vida más reformas. Esto parece una paradoja, y sin embargo la razón en que se funda es muy sencilla: el pesimista sabe rebelarse contra el mal, el optimista sólo sabe admirarse de él.. El reformador debe ser muy fácil a la admiración. Es preciso que posea la facultad de admirarse violenta y sencillamente. No basta que encuentre la injusticia aflictiva, es necesario que la encuentre absurda, que vea en ella una anomalía en la existencia, un sujeto de hilaridad abrazadora más bien que un jeremíaco”.

“El doctor Johnson1 encara el mundo demasiado tristemente, pero también es un conservador que se satisface muy fácilmente. Rousseau veía el mundo demasiado rosado, y sin embargo, es él el que conduce la Revolución. Swift2 es colérico, pero conservador. Shelley3 es feliz y revolucionario. Dickens, el optimista,ridiculiza la prisión por deudas y esa prisión desaparece. Gissing4, el pesimista, hace la sátira de Suburbia5 y Suburbia persiste.

Podemos, pues, explicar así el error que comete Gissing respecto a la època de Dickens: al llamarla´dura y cruel´ omite hacer resurgir el soplo de esperanza y de humanidad en que estaba inspirada”.

Todo esto no podía sino sonar como una encantadora melodía en alguien que, como yo, se considera un neurótico optimista.

Chupé una nueva bocanada del corona con capa cubana, dejé ir el humo en el aire de la tarde, tomé mi copa de whisky y brindé por el gordo Chesterton. La tarde del domingo se había iluminado.

Buenos Aires, 5 de mayo de 2024.

viernes, 3 de mayo de 2024

Las Hamacas Voladoras

 Ayer encontré en el kiosco de la estación Río de Janeiro, dirección Plaza de Mayo, el casi legendario primer libro del recordado Miguel Briante.


Conocí a Miguel en la redacción de Confirmado, la revista de Horacio Agulla, en 1975. Allí trabajé hasta julio de 1977, cuando, a sugerencia del propio Agulla -en gesto que lo honró- me aconsejó irme del país, porque estaba en las listas de la dictadura.

A mi vuelta, retomé la relación con Miguel, un periodista, escritor y crítico de arte de la vieja escuela. Eran largos whiskies a altas horas con prodigiosas conversaciones con su voz tosca, con definiciones tajantes y su rostro marcado por una juvenil cicatriz.

Las Hamacas Voladoras reúne relatos escritos entre sus 15 y 21 años y son, cada uno de ellos, una pequeña obra de arte. Volver a leerlo después de tantos años, tantos libros y tantos extrañamientos me produce un electrizante y dulce placer.


domingo, 21 de abril de 2024

Fantasmas


Volver a donde fui niño,

a donde fui un muchachito de 14 años.

Volver a lo de la abuela Adela

cuando ya tengo tantos años como la abuela Adela.

Fantasmas

Del comisario peronista,

el tío Raúl y su leve síndrome de Diógenes,

Evelia, Pilar y Lisinia,

las tías feas.

A ese mundo de primas y primos de la infancia,

ausentes siempre,

menos esos días de estío cuando mi padre proponía:

- Vamos a Santa Rosa.

Y eran los tíos y tías de mi papá,

los hermanos y hermanas de doña Adela,

a quienes mi padre mostraba su progreso,

lo bien que le iba.

Fantasmas

Y las tristes hermanas de mi madre,

sus muertos juveniles,

y el recuerdo de Magdalena, de Carmen y de Pancho, 

que murió tan joven

y en el Sur, 

ese abismo que se comía a la gente en los años 30,

y el de Perico, el otro muerto,

y de Luis y de Pepe, el más inteligente y que no pudo estudiar,

y de Joaquina, la mayor,

y de Valentina,

la pobre Valentina se decía,

y de Luisa, que no tuvo suerte con su matrimonio,

también se decía.

Fantasmas

Volver a todos los fantasmas

de un tiempo que era feliz,

de un tiempo de juegos,

de descubrimientos, de sorpresas.

Pocas cosas quedan en pie.

La estatua de Yrigoyen,

que alguna vez visitó la ciudad

-recordaba mi padre-,

la plaza y sus glorietas blancas

-ya nadie da vueltas alrededor

como lo hacía entonces-,

el hermoso Hogar Escuela que construyó Evita,

y que se convirtió en regimiento en 1976.

Don Julio Argentino desapareció

de calles y estatuas,

el nombre de San Martín cubre, 

con su gloria, la agachada a la memoria del hombre

que convirtió estos medanales pampas, 

estos caldenes y estos piquillines

en República Argentina.

Doña Adela de la Mata

es una plazoleta,

con una hamaca y un tobogán,

donde aún resuena su autoridad,

su aspereza de campesina de León,

sus golpes de hacha contra el leño terco.

Fantasmas

Espectros de la memoria.

Sombras sinuosas del recuerdo

que resucitan al volver donde fui niño. 

Santa Rosa de Toay, 28 de mayo de 2023

martes, 16 de abril de 2024

Después del Ensayo


El domingo, Violeta Harte y yo fuimos a El Picadero a ver Después del Ensayo, la obra de Ingmar Bergman, dirigida por Daniel Fanego e interpretada por Osmar Nuñez, Vanessa González y Silvina Sabater.

Por esas cosas de la programación la obra, intensa y por momentos despiadada, se da solamente los domingos a las cuatro de la tarde, un momento de la semana más propicio para ver dibujos animados o una de cowboys. El texto de Bergman, las intimidades que desnuda, las confesiones, arrepentimientos y culpas que despliega son ese tipo de temas más propicios a ser ventilados en una noche de viernes, pasadas las doce y con un par de whiskies encima. Pero eran las cuatro de la tarde. Al salir todavía era una tarde domingo, lluviosa y apesadumbrada, preparada para tomar con mi bella nieta un chocolate con churros o un té con lemon pie.

El texto de Bergman es notable. La traducción es muy buena y expone el claroscuro del alma del maestro de Farö, su relación casi obsesiva con la mujer, con sus viejas actrices del cine en blanco y negro y las nuevas actrices del tecnicolor, la presencia permanente de ese pastor de la catedral de Uppsala, que era su padre, y el misterio creativo de modelar como un alfarero a sus actrices para que encuentren dentro suyo el personaje.

Osmar Nuñez está impecable. Su interpretación es digna del texto y a la altura del gran Erland Josephson, que interpretó a Vogler en el debut sueco en Sveriges Television. Es imposible no ser subyugado por la voz, la mirada, el hastío, el cansancio y la obsesión creativa del anciano director teatral. También están magníficas las dos intérpretes femeninas. La joven Vanessa González evoluciona de una ingenua casi adolescente a una seductora y ambiciosa actriz queriendo conquistar el corazón de su director-padre-amante. Y la estupenda Silvina Sabater se pone sobre los hombros a la vieja actriz, la vieja amante, la alcohólica suplicante de amor, la Gorgona exigente de sexo. Obviamente, todo ese mecanismo emocional estaba finamente regulado por Daniel Fanego desde una dirección magistral.

Salimos del teatro Violeta y yo con la sensación de que habíamos pasado un maravilloso instante. Violeta atinó a decir:

- ¿Viste que Osmar Núñez parecía como que las palabras se le iban ocurriendo a medida que las decía?

Me hubiera encantado que Osmar escuchara ese comentario. Mejor elogio no se me ocurre.

Y seguimos conversando sobre Bergman, sobre su cine, sobre su historia personal y, obviamente, sobre Estocolmo y el Dramaten o Kungliga Dramatiska Teatern, la más importante sala teatral de Suecia que tanto Bergman como Josephson dirigieron oportunamente.

Fuimos a la Ópera, en la esquina de Corrientes y Callao, la vieja confitería porteña que hace un tiempo fue bellamente renovada. Hicimos nuestro pedido, mientras yo seguía hablando de Bergman y de Strindberg y los actores suecos.

Al llegar el pedido a nuestra mesa, Violeta y yo fuimos sorprendidos por uno de esos guiños de la realidad, esas grietas en la continuidad espacio-tiempo, que hacen de la vida y la historia una mera casualidad.

Sobre el soberbio tostado de jamón y queso que Violeta iría a devorar, se erguía una pequeña bandera sueca, con los conocidos y cercanos colores azul y amarillo.


Inevitablemente largamos una carcajada.