miércoles, 13 de enero de 2021

El Resonador de Edgar Allan Poe


Les voy a contar.

Estuve, hace una semana, virtualmente inmovilizado por una dolorosísima lumbalgia. Mucho tiempo sentado, poca actividad física, una cama que merece su reemplazo, lo que sea, me dejaron duro como rulo de estatua, para usar una comparación que no caiga bajo la sanción de Toxicología y Drogas Peligrosas.

Fui al traumatólogo quien me pidió hacer una resonancia magnética. Afortunadamente conseguí un turno casi de inmediato, pero a una extraña hora: 00:40, en el barrio del Hospital de Clínicas.

Eso fue entonces hoy a la cero hora. Cené, me tomé una cerveza, pedí un auto y fui.

Al llegar me hicieron el protocolo habitual de preguntarme si había tenido alguno de los síntomas que se le atribuyen al Covid 19, me tomaron la temperatura y me echaron alcohol en las manos.

Bajé al subsuelo donde me indicaron que estaba el resonador.
Allí me atendió una muy amable muchacha que me pidió que me sacara el cinturón, el teléfono, las llaves, la billetera y todo objeto de metal que tuviera en mi poder, no sin antes preguntarme si tenía algún implante metálico en alguna parte de mi cuerpo. Repasé brevemente mi historia clínica y le informé que sólo algunos implantes odontológicos que, por su respuesta, no son de ninguna importancia para estos casos.
Sosteniendo mis pantalones con las manos y descalzo me acerqué al resonador, me acosté en la camilla móvil donde se deposita el objeto a observar. Me dio unos auriculares -"para el ruido", me dijo- y comenzó mi introducción en el estrecho cilindro.

Ya en los primeros segundos comencé a sentir que mi nueva contextura física -he engordado con la pandemia, mejor dicho con la comida ingerida durante la pandemia- entraba demasiado justo en el infernal aparato. Tenía que poner mis manos y antebrazos sobre mi cuerpo para evitar que tocaran las fauces metálicas que me devoraban lentamente.

Por fin, la camilla detuvo su movimiento y me encontré metido en lo que bien podía ser la situación descripta por Edgar Allan Poe del cataléptico que es enterrado y se despierta en su ataúd. Había luz, es cierto, y aire acondicionado que soplaba sobre mi cara. Pero también había una distancia ínfima entre mis ojos y la parte superior del tubo. Comencé a sentir que el resonador me tiraba de siza, para usar una expresión que solía usar mi tía Zulema, modista.

El corazón me empezó a galopar y una desagradable transpiración me cubrió la cara, mientras oía que la muchacha encargada de la operación me preguntaba, desde la superficie de la tierra, al borde del hoyo donde me habían enterrado, si me molestaba el aire.

Escuché una voz cavernosa que decía:

- Por favor, sacáme de aquí inmediatamente.

Era yo en el medio de un repentino y, para mí, desconocido ataque de claustrofobia.

Me volvió a preguntar si me molestaba el aire.

La misma voz pero ya casi en un grito volvió a pedir que me sacara de ahí.

- Tengo claustrofobia, atinó a decir la voz, pensando que con un diagnóstico el pedido sería más rápidamente cumplimentado.

- Bueno, bueno, ¡tranquilo!, escuché que decía y la camilla comenzó lentamente a rescatarme de mi féretro y de mi tumba.

Por fin estaba afuera, transpirado, agitado y, encima, avergonzado ante la muchacha que presenciaba comprensivamente mi derrumbe.

Charlamos un rato, le pedí varias veces disculpas y, como si estuviéramos en un hotel alojamiento después de un fracaso eréctil, le repetía que esa era la primera vez que me ocurría algo así. Y como ocurre en esos casos, parecía creerme.

-Vas a tener que pedir turno en un resonador abierto. A mucha gente le pasa esto, fue el último consejo que me dio.

Me quedó un interrogante que aún no he logrado elucidar:
¿Por qué no hacen abiertos todos los malditos resonadores magnéticos?

1 comentario:

  1. Buenísimo. Realmente lo viví como real. Es más, estoy seguro que me pasaría lo mismo que a vos. Es más, aún, estoy con lumbalgia desde hace 4 días. Estaba por ir mañana al Sanatorio que me atiende por Pami. Pero creo que me voy a hacer masajes o que mi jermu me los haga, con una pomada 'mágica' que me dio un amigo. Y postergar lo del médico. Ja ja ja.

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