Esta fue la participación del crítico literario Rodolfo Edwards en la presentación del libro "Gozos y Dolores entre dos Siglos", de mi autoría. Fue el jueves 22 de septiembre del 2022, en el Centro Cultural Borges.
Pasaron
apenas dos siglos de independencia, pero las garras imperiales nunca dejaron de
afilarse: su voracidad sigue intacta. Por eso, el estado de alerta, de aquellos
países que fuimos colonia, debe ser constante. Como decía un viejo refrán:
camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Vivimos arriba de un volcán que
en cualquier momento nos arrasa. Por instinto histórico, debemos defender lo
nuestro, porque existe un largo historial de expoliación. No se puede dejar
solo al lobo con las gallinas. Las aves carroñeras giran en círculo,
proyectando sus sombras irregulares sobre el terruño, sobre las cosas amadas. A
río revuelto, ganancia de pescadores. En esto momentos confusos, es menester
poner las barbas en remojo para saber de qué lado estamos. Aquellos que nos
quieren vender un paraíso republicano en cómodas cuotas, cantan como las sirenas
con el son del engaño y la mentira. Otra vez estamos viviendo una encrucijada
histórica, donde debemos definir el destino de la Patria, nada más y nada menos
que nuestro futuro.
Y
aquella disyuntiva que planteó el General Perón, cuando dijo que “el año 2000 nos encontrará unidos o
dominados”, hoy debemos leerla bajo otra luz; los tiempos son más veloces,
todo parece deshacerse en el aire, lo efímero y superficial se impone, nos
inunda por doquier, con esa constante prédica mediática y globalizadora. No hay
tiempo demás. Las particularidades de los pueblos están cada vez más subsumidas
bajo las lógicas del mercado y del consumo: nos taponan el alma con celulares,
tablets y televisores que siempre repiten la misma canción: aquí, allá y en
todas partes, como si todo diese lo mismo, como si nada importara.
Pasamos
los días atrapados en un caleidoscopio, girando sin sentido: juega el gato
maula con el mísero ratón. Nos desnudan y nos visten a todos con la misma ropa
como soldados involuntarios de un ejército de zombies. Esta uniformidad es una plaga que debemos conjurar
inventándonos día tras día, poniendo semillas por todas partes, germinando
hasta en lo más nimio. Porque las grandes cosas empiezan en las pequeñas cosas,
en el obrar cotidiano. Con sólo raspar la coraza que nos separa de la verdad,
habremos hecho un acto bautismal, un comienzo.
Julio
Fernández Baraibar escribió un libro necesario y estas reflexiones me surgieron
después de leer Gozos y dolores entre dos
siglos. La potencia de los versos invitan a refundarnos en nuestras
convicciones, despiertan a los pájaros dormidos del pensamiento para que vuelen
hacia el origen, donde pertenecemos, aunque nos nieguen tres veces todos los
Pedros que andan por ahí, fingiendo lo que no son, hipócritas de salón, con esa
verba inflamada de sofistas de cartón.
Gozos y dolores entre
dos siglos
es torrentoso, vital y agradecido. Hay un orgullo que se derrama generosamente
sobre el territorio en cuestión. El libro de Julio se reconoce en una tradición
que se remite al Songorocosongo de
Nicolás Guillén y al Canto General de
Pablo Neruda, cartografías que unen en hermandad poética y militante, minerales
andinos y frutas tropicales.
Con
un profundo sentido musical y pictórico, Julio desgrana una épica profundamente
americanista, honrando el legado de aquellos que marcaron el camino: Simón
Bolívar, Hugo Chávez, Eva Duarte, Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Lula Da
Silva, desfilan ante nuestros ojos como tótems vivientes, porque el legado
pervive en los predicadores, en aquellos que aguantan las banderas como un
profundo acto de fe. Como decía Raúl Scalabrini Ortiz al comienzo de El hombre que está solo y espera: “¡CREER!
He allí toda la magia de la vida”. Y Julio cree, por eso nos habla del cuatro (ese mágico instrumento) para
ponerle música a Venezuela, baila rumba y se llena la boca de naturaleza
bienhechora. Y las palabras parecen arrancadas desde el fondo de la tierra: no
sólo suenan, también huelen y son nuestras. Pero Gozos y dolores entre dos siglos también denuncia las políticas
extractivas del Invasor, el desprecio y la cultura del descarte, donde casi nadie
parece tener ciudadanía plena. Julio señala el lugar de la herida y no se
olvida de los olvidados, de los invisibles, de los perseguidos. La “irrupción brutal de lo moderno” sólo
puede ser combatida con una conciencia continental, por una lucha mancomunada.
Aquel viejo continentalismo que
soñaba el General Perón, todavía es posible:
“y Viva
Chávez gritaba el bahiano de los orixás,
y el
carioca de los morros
y la
gorda peronista del comedor en La Matanza
y la
morena limeña
y la mujer de pollera
en Potosí o Cochabamba”
“Los
hombres que se ponen a la cabeza de un pueblo
deberían ser
inmortales, como ese mismo pueblo.”
También el Colorado Jorge Abelardo Ramos y el querido Jorge Coscia se hacen palabra en la evocación emocionada. Porque todo esto es una larga cadena y no podrán cortarla tan fácilmente. Somos los todos, la mayoría, la que anda entre gozos y dolores, atravesando el tiempo y las distancias.
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