Publico aquí algunos textos a medio camino entre el intento de permanencia de la literatura y la realizada fugacidad del periodismo.
viernes, 27 de noviembre de 2020
Soneto a un hijo de los dioses
martes, 27 de octubre de 2020
Soneto a los amores argentinos
¿Qué duende, ángel o diablillo
signó la inspiración de Clío
cuando tejió los destinos
de estas tierras y estos ríos?
Un cendal tenue y romántico
perfumó el furor impío
de los civiles agravios
con amoroso extravío.
Guadalupe y Mariano,
La Delfina y el Supremo,
Encarnación y su ruano
poderoso de Palermo,
Evita y Perón lozano,
Cristina y Néstor extremo.
lunes, 26 de octubre de 2020
La noche que se inició ese día quedó atrás
martes, 29 de septiembre de 2020
Geraldine: Cuando Afrodita cayó a la milonga
sábado, 12 de septiembre de 2020
María Baraibar, la Negra, mi madre
Hoy cumpliría 102 años María Baraibar, la Negra.
Había nacido en el campo, en una chacra cercana a la localidad de Uriburu en La Pampa. Era hija de una pareja de vascos del valle de Lecumberri, don Pedro Baraibar y doña Carmen Echeveste, llegados al Plata a fines del siglo XIX. Eran 14 hermanos, de los cuales solo sobrevivieron hasta edad adulta diez de ellos. Don Pedro falleció cuando María, la menor, tenía dos años. A excepción de ella que fue bastante longeva, todos murieron en edad relativamente temprana.
La Negra, mi mamá, fue una mujer signada por su firme determinación de huir de la horrible vida en el campo ajeno, de las dificultades que abrumaron su infancia y, posiblemente, parte de su juventud. Como don Julio, mi padre, no tuvo una gran educación escolar. Pero era inteligente, determinada y bastante manipuladora. Logró, junto con don Julio, huir de aquellas condiciones que recordaba como una pesadilla: el viento, el sulky, los cardos rusos que atravesaban eternamente la estepa. Odiaba el viento como a una maldición. Le recordaba permanentemente una niñez dura, de la que poco hablaba.
Los años peronistas, ya lo he dicho, les permitieron a don Julio y doña María un importante ascenso social. Y María amó siempre esa nueva situación de ser amiga de las señoras encumbradas del Tandil de los años 60. Se invitaban a tomar el té y nunca pudo aprender a jugar a la canasta como le hubiera gustado para poder participar también de esa actividad social, muy de moda en aquellos años.
Era delgada y elegante. Siempre dijo adolecer de una frágil salud que, curiosamente, mejoró con los años. Nunca le gustó el cine ni el teatro, aunque lamentó toda su vida el despotismo de sus hermanos varones que le impidieron venir a Buenos Aires como modelo de Gath y Chaves, que quedó como una de sus aspiraciones truncas.
Estaba convencida de que los hombres, es decir los varones, eran seres manejables y que las mujeres que se quejaban de sus maridos eran responsables por no haberlos sabido manejar. Lo peor fue que intentó convencer de lo mismo a quien fue la madre de mis hijas, en los primeros meses de casamiento.
La Negra era bastante intolerante con quienes no se sometían a sus designios. Odiaba la rebeldía y tenía una particular aversión por lo que llamaba el resentimiento. Nunca supe exactamente a qué se refería pero lo consideraba algo verdaderamente deleznable. Todo su antiperonismo podría sintetizarse en su definición de los peronistas como "resentidos". Profesaba una gran admiración y cariño por Mirtha Legrand.
Tuve con ella algunas peleas memorables. Recuerdo tres. Una fue el día que le dije que me casaba. Empezó a actuar un ataque de nervios. Apretó los puños, comenzó a temblar y a morderse la lengua. Otra fue en Suecia, cuando vino a visitarme acompañada por mi suegra. En el medio de un almuerzo con otros amigos comenzó a defender empecinadamente a la dictadura, diciendo que dónde verdaderamente había inseguridad era en Italia con las Brigadas Rojas. La tuve que amenazar con echarla de mi casa. La tercera tuvo que ver con el embarazo de mi hija y por ello no entro en detalles. Pero dejé de verla casi por un año.
Nunca tuve con ella una conversación cercana, íntima. Era mi madre y, obviamente, la quería. Pero siempre hubo una distancia que aún el afecto filial nunca pudo achicar.
Bueno, hoy cumpliría 102 años.
Buenos Aires, 9 de septiembre de 2020.
viernes, 11 de septiembre de 2020
Porteño nacido en Tandil
Si leen mi perfil verán que he puesto hace ya varios años "porteño nacido en Tandil". Buenos Aires es definitivamente mi lugar en el mundo. Es la ciudad que quiero, es donde quiero vivir y he tenido la suerte de poder elegir dónde vivir. No puedo estar lejos de Buenos Aires más de un mes. Conozco, gracias a la lucha política, todo el país y muchos otros países, pero nada hay más bello, más dulce, más grato al corazón que tomar un café en la mesa de la vidriera de alguna esquina porteña. Bailo tango, me encanta cantar tangos, Miguel Caló y Aníbal Troilo me conmueven tanto como Rachmaninoff o Bach.
Pero como Dorrego, como José Hernández y como nuestro presidente Alberto Fernández, reniego del privilegio que la historia y la nefasta constitución de 1994 le han dado a esta ciudad.
Me considero federal, me considero políticamente hermano de las reivindicaciones, históricas y actuales, del interior de la Argentina y de su gente. Y apoyo firmemente el decreto presidencial que devuelve, en parte, a la provincia de Buenos Aires y su área del conurbano -una síntesis del conjunto del pueblo argentino- lo que le arrebató el régimen macrista.
Y digo con otro porteño nacional:
“¡Cuántos medran a tu sombra!
Tu campiña es verde alfombra,
tus astros vivos topacios;
habitando tus palacios
¡cuántos medran a tu sombra!”
Buenos Aires, 11 de septiembre de 2020
domingo, 6 de septiembre de 2020
Las plagas de Breslavia o el retorno de Simón Radowitsky
Acabo de ver “Las Plagas de Breslavia”, un policial polaco que esta en Netflix.
La historia de Breslavia, también conocida como Breslau o Vrastislava, es la síntesis del drama histórico de la nación polaca, de eso que los socialistas de la Segunda Internacional llamaban “la Cuestión Polaca”. Su primer registro data del año 1000 y su nombre actual, en grafía polaca, es Wrocław, que se pronuncia algo así como Vrotsuaf, pero que a lo largo de la historia ha sido llamada Breslau, en alemán, Vratislav, en checo o bohemio y Vratislava en latín. Construída a orillas de lo que hoy llamaríamos la hidrovía del Óder, formó parte de la Liga Hanseática y es la capital de la Baja Silesia. Formó parte del Sacro Imperio Romano Germánico, al imperio Austríaco hasta que Federico el Grande logró arrebatársela a los Habsburgos de Viena y la convirtió en capital de la Silesia alemana. Fue en Breslavia donde se inició, en 1813, el levantamiento contra la ocupación francesa de Napoleón Bonaparte.
El Partido Nacional Socialista, en las elecciones de 1933, obtuvo en Breslau el más alto porcentaje de votos en toda Alemania, 51,7%. Poco tiempo después se estableció, en las afueras de la ciudad, el campo de concentración de Breslau, con el objeto de encerrar allí a la minoría judía de la ciudad, pero también a la población polaca. Para 1945, Breslau se había convertido en uno de los principales asientos de la industria alemana de guerra hasta que, ese mismo año, cayó ante el asedio del Ejército Rojo durante más de tres meses.
Toda esta información para explicar la densidad histórica de Breslavia. Nada de esto aparece en la película, pero es seguramente este pasado el que convierte a la película en una de las más densas y tortuosas películas policiales que he visto en tiempos de pandemia y de películas policiales.
Un personaje femenino de una intensidad psicológica y de una dureza que sorprende, una trama de corrupción, avaricia y abandono estatal que la identifica con todo el mundo a merced del capital financiero y con un final sorprendente, Las Plagas de Breslavia, los va a desconcertar. El genero policial negro, una vez más, se hace cargo de las miserias de la Europa posterior al estado de bienestar. Y el vengador Simón Radowitsky vuelve a encarnar en una mujer, gorda y sufrida, que bien podría vivir en La Matanza.
sábado, 11 de julio de 2020
Sifrinos venezolanos y atorrantes mercosurianos
miércoles, 8 de julio de 2020
Miguel Aguirre y su donación al Estado nacional
miércoles, 1 de julio de 2020
Ahí andamos, General, dando batalla
Se han escrito montañas de letras y tinta:
torrentadas, ríos, maremotos de opiniones
apasionada, fervorosamente a favor,
fervorosa, odiosamente en contra.
Versos resistentes improvisados en los estadios,
cantos épicos y chuscos lanzados al viento de las multitudes,
platónicos, idealistas sonetos,
rítmicos y pausados versos alejandrinos,
odas clamorosas que celebraban tu epifánica aparición
aquella hoy lejana tarde de primavera,
cuando era Octubre y parecía Mayo.
Discursos ditirámbicos de fáciles imágenes,
vituperios soeces de oscura retórica,
juicios, análisis, críticas, estudios, investigaciones, tesis y tesinas
novelas y ensayos,
definiciones y condenas.
Yo lo tuve ahí, General Juan Domingo Perón,
sentado delante de mí, fumando, uno tras otro,
los Winstons que había traído de España.
Era joven, como lo éramos todos entonces,
menos usted, General, que era El Viejo.
Durante una hora nos habló del mundo,
de sus sistema de intereses y enfrentamientos,
de la pugna de los pueblos por alzarse en su dignidad plena,
de la lucha entre las grandes potencias,
del África y del Asia, nos habló, General,
de Cuba y de Perú, del Brasil y sus militares antiargentinos,
de Chile y de Bolivia nos habló también, General.
Lo miraba, General, casi como si fuera la Historia misma
la que se sentaba ahí, delante d mí, ese mediodía, en Vicente López.
Me guiñó ese ojo guiñador con que subrayaba un chiste.
Esa voz ajada que era, casi como su rostro,
una seña de identidad,
escuchada en grabaciones clandestinas, en reportajes radiales
en entrevistas televisivas,
en imitaciones profesionales,
en el compañero que al imitarlo quería hacerlo presente,
llenaba el cuarto soleado y remitía a treinta años de extrañarla,
a treinta años de pelear, de morir,
de esperar esa voz inconfundible y ajada.
Ahí estaba el General
que había sido elegido dos veces como presidente
y que todos queríamos que lo fuese una tercera vez.
Ahí estaba el Pocho,
amado, odiado, caricaturizado,
sin su motoneta, sin su gorrita con visera que se llamaba “pochito”.
Ahí estaba solo,
pero en su voz se cifraba la voz millones,
la esperanza de los desesperanzados,
la memoria de los olvidados,
el pan de los hambrientos,
el amor de los despreciados.
Se suspendió el tiempo ese mediodía.
Duró una eternidad y sigue durando.
Ahí estaba el anciano exiliado
con su cortesía criolla,
con el cuero sabio de Martín Fierro frente a sus hijos
y la socarronería de Viejo Vizcacha ante sus enemigos.
Las órdenes de ese General septuagenario
todavía no se cumplieron.
Ya me estoy acercando, General,
a su edad en aquella reunión que la memoria no abandona.
Y los hijos y los nietos de quienes vivaban su nombre en aquellos años
siguen gritando Viva Perón en días de dolor y en días de alegría.
Un ejército de hombres y mujeres por nacer
siguen recibiendo, en esta tierra, esas órdenes marciales
que usted, General, lanzó hace ya siete décadas
y nos hizo creer -el arte de la conducción-,
que era fácil cumplirlas.
No, por cierto, no,
no nos ha sido fácil llevarlas adelante.
Y vaya a saber usted, General, si lo logramos.
Pero su voz, que todavía recordamos e imitamos,
nos grabó en el alma la patria.
Justa, libre y soberana nos indicó desde el vamos.
Latinoamericana nos confirmó después.
Y ahí andamos, General,
dando batalla.
Buenos Aires, 1° de Julio de 2020.
domingo, 28 de junio de 2020
Esa magnífica diversidad de voces y procedencias
Mañana de domingo y de cuarentena. Me levanto. Subo las persianas del departamento para que entre la grisácea luz del invierno. Presiento que afuera, en la temida calle donde acecha el virus, hace frío. Veo un hombre que, con barbijo y gorra, lleva una bolsa de compras del supermercado.
Preparo el desayuno mientras prendo la computadora.
Al abrir Twitter me aparece un posteo de mi querido amigo venezolano, el caraqueño Roberto Hernández Montoya, un maravilloso conversador, culto y echador de vainas. Roberto, que nunca ha pisado la Argentina, es un fervoroso admirador de nuestra música, tanto del folklore como del tango. Es capaz de recitar versos del Martín Fierro o algún tango de Celedonio Flores. Su programa radial suele adornarse con D'Arienzo, Pugliese o Piazzolla. En su tuit, Roberto pone un enlace a un programa del canal Encuentro dedicado a la milonga de Atahualpa Yupanqui y Romildo Rossi, Los Ejes de mi Carreta.
Comencé a verlo en mi notebook y ahí se me desplegó, como en un gigantesco friso, como en una iluminación, la notable, la magnificente y prodigiosa diversidad que encierra nuestra gigantesca Patria.
Otro viejo amigo de esas cenas de la Oesterheld con su galería de espectros queridos, Emilio del Güercio, desde su noble rostro de príncipe siciliano, me cuenta cómo fue que el pampeano Héctor Chavero, Atahualpa Yupanqui, y el montevideano Romildo Rossi -otro hijo de italianos- pergeñaron ese clásico rioplatense. Y convoca a una decena de argentinos para que nos hablen sobre los autores y el tema.
Así pasan Verónica Condomí y su belleza de princesa incaica, el gran pianista tanguero y notorio tano José Colángelo, el centroeuropeo judío David Blaustein, Marcelo Simón y Silvia Majul, dos sirio-libaneses enamorados como pocos de nuestra música paisana, el pintor Raúl Borré, de agudo apellido francés o catalán, las cantarinas “ies” del correntino Acuña, una mención al Siglo de Oro español que nos dio esta prodigiosa lengua y su deslumbrante creatividad poética. Y al final, para cerrar esta babel de orígenes unida por el idioma, la cultura y la historia, el gallego Raúl Carnota toca y canta, con su leve acento jazzeado y su dejo santiagueño, el tema de Atahualpa.
Roberto Hernández Montoya debe estar matándose de risa. Eso sí que fue una vaina, pana.
Buenos Aires, 28 de junio de 2020
viernes, 26 de junio de 2020
Ritmo Astral o cuando René Guenon se encontró con el bailantero Alcides
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En septiembre de 1991 hubo elecciones a gobernador en la Provincia de Buenos Aires y, por primera y única vez, se presentó a elecciones Saúl Ubaldini. El entonces Partido de la Izquierda Nacional había obtenido una personería política en la provincia bajo el nombre de Acción Popular para la Liberación y se la ofrecimos a Saúl para que se lanzara a su debut político.
No es el propósito de estas líneas reflexionar sobre aquella experiencia política, sino contar que, después de las elecciones, me quedé sin trabajo y, lo que es peor, sin ingresos. En algún momento de ese mes de septiembre, mi amigo Rubén Tizziani al que, como ya conté, había conocido a raíz de la filmación de El General y la Fiebre -su hija Licia era la protagonista femenina de la película- me llama y me dice que me quiere ver.
Voy a la reunión a un departamento en la zona de Montserrat y allí Rubén me cuenta su proyecto y su propuesta.
En ese año habían comenzado a salir varias publicaciones que tenían como eje temático la astrología, la quiromancia, la cafeomancia y las diversas ocurrencias que la incertidumbre humana ha inventado para escudriñar el inaccesible futuro. La editorial Perfil y el diario Crónica habían lanzado sendas publicaciones y los programas de televisión abrumaban con adivinos y nigromantes de diversa especie.
-¿Qué es lo que más le interesa a la gente, Julio?, me preguntó Rubén al comenzar la conversación.
No esperó que le contestara.
- La astrología y la bailanta, se respondió con su voz ronca, mientras se levantaba del sillón y daba unos pasos por la habitación, como solía hacerlo, con gesto nervioso. -Vamos a hacer una revista que junte esos dos temas, la astrología y el ocultismo, por un lado, y la música tropical, por el otro. Se va a llamar Ritmo Astral y va a estar los miércoles en los quioscos. Ya tengo arreglada la distribución en la playa.
Y así comenzó mi breve vida como redactor de la Revista Ritmo Astral. La redacción no eran más que tres personas y la ayuda ocasional de Licia, la hija de Rubén que, como ya conté, fue protagonista de nuestra película sobre San Martín. Había un secretario de redacción que era un veterano periodista, cuyo nombre se me ha olvidado, buen bebedor y, quizás por ello, enfermo de gota, que veía la vida con una suave e inconmovible resignación. Estaba yo, que me encargaba un poco de todo y había un chileno notable, tanto por su aspecto físico como por sus características personales que se especializaba, como después nos enteramos, en hacer entrevistas imaginarias -que vendía como reales- a Gabriel García Márquez, a Vargas Llosa o a Carlos Fuentes. Por su parte, Rubén se encarcaba de los aspectos comerciales y de tomar contacto con productores y artistas del mundo de la bailanta, para hacerles entrevistas y ver si podía surgir algún negocio complementario.
Para cubrir los aspectos vinculados al mundo de la magia, el ocultismo, la adivinación y las mancias, Rubén proveyó a la “redacción” de un ejemplar de Fonde de Cultura Económica de La Rama Dorada, el mítico libro de James Frazer sobre el pensamiento mágico y un libro del esoterista francés René Guenon, cuyo nombre se me ha olvidado. Dichas obras vendrían en ayuda de los redactores si, en algún momento, la imaginación y ciertos conocimientos enciclopédicos no alcanzaban para completar alguna nota.
Así fue como me interné en el mundo de la música tropical. Conocí y entrevisté a Pocho La Pantera, antes que se hiciera evangélico, y recuerdo como si fuera hoy un viaje en taxi con él. También a Lía Crucet, a quien no le pude entender lo que me decía y tuve que inventar la entrevista. Le hice una nota a Gladys La Bomba Tucumana y a Ricky Maravilla. Tuve una inolvidable noche en el Fantástico Bailable de José C. Paz donde pude conocer personalmente a La Tota Santillán que allí oficiaba de disc jockey, cuando aún su nombre no había llegado a la pantalla de la televisión. Recuerdo que Licia, la hija de Rubén, y yo viajamos hasta allá en un remis y luego nos volvimos en el bus del grupo Malagata, a eso de las cinco de la mañana. Los consumos en ese bus no se reducían al agua mineral, hay que decirlo.
Nigromantes de todo tipo pasaron por la redacción. Telépatas, quiromantes, tarotistas, astrólogos, hipnotizadores aparecían traídos no sé por quien y yo era el encargado de entrevistarlos y ver si sus capacidades tenían alguna posibilidad de ser inmortalizadas en Ritmo Astral. Había actores y actrices que nos contaban sus experiencias extrasensoriales y hasta Cacho Castaña relató sus vivencias como pae de santo en la macumba.
Los primeros números de la revista fueron un éxito de venta. Pero, según nos contó su creador, Crónica y Perfil -que editaba la revista Predicciones, a un precio superior a Ritmo Astral- comenzaron a apretar a los kiosqueros para que la escondiesen en el microcosmos de sus cajas de chapa. Un par de meses después de su lanzamiento Ritmo Astral dejo de salir. El negocio de reunir la bailanta y el esoterismo había fracasado por obra del manejo monopólico de las grandes editoriales, según la heroica interpretación que nos ofreció Rubén Tizziani.
Mi experiencia en el mundo que cruzaba a René Guenón con Alcides había terminado.
La amistad con Rubén Tizziani continuó hasta ayer, cuando una artera neumonía le impidió seguir respirando sueños.
Buenos Aires, 26 de junio de 2020
jueves, 11 de junio de 2020
“La metafísica sonríe, bien arropada en su batón de seda”
sábado, 23 de mayo de 2020
Ovillejo a Luis Brandoni
Porque tu voz tremulante,
lunes, 18 de mayo de 2020
A un inglés metido e insolente
martes, 21 de abril de 2020
Horacio Fontova
Hay en todos los grupos humanos un hombre, por lo general con un eterno aspecto juvenil, que es jodón, que siempre aparece con un chiste en los momentos más desafortunados, que acompaña con su buena onda las desventuras de amigos y amigas, que en los asados trae la guitarra y canta cosas que sabemos todos y otras de su propia invención, en general graciosas, con actualidad, con picardía.
miércoles, 15 de abril de 2020
Un recuerdo de hace casi 50 años
Era el año 1971. Yo tenía entonces 24 años y acababa de nacer mi hija Guadalupe. Con su madre y mi compañera de entonces, María Isabel Santamaría, éramos muy amigos y compañeros de militancia de Luis María Cabral y Teresita Borda y Tere e Isabel habían llevado juntas su primer embarazo.
Como cuento, en ese mes de abril de 1971 estábamos en nuestro pequeño departamento en el barrio La Mosca, en Avellaneda, en la avenida Galicia y Mendoza, cuidando, mirando, sorprendiendonos con la nueva presencia que desde hacía un mes dormía en nuestro cuarto. Estábamos, como digo, tirados en la cama, con el pequeño bollito berreante y tomador de teta en el medio, mirando la televisión. Era uno de esos programas de la tarde, con invitados que hablaban sobre diversos temas, sin la virulencia ni la violencia verbal que hoy impregna ese tipo de programas. De pronto aparece como invitada la presidenta de LALCEC, Liga Argentina para la Lucha contra el Cáncer, entonces una prestigiosa institución mucho más presente que hoy en los medios. La distinguida presidenta no era otra que Beba Vitón de Borda, la madre de nuestra amiga Teresita. Pusimos entonces atención a la pantalla.
La periodista o conductora, podía ser Annamaría Muchnik o Canela, le pregunta algo a su invitada, y esta responde y en la respuesta agrega: "Además a partir de hoy tengo un nieto que se llama Juan Cruz".
Así, por televisión, y anunciado por su señora abuela, nos enteramos que Tere había tenido su bebé. Tuvimos que esperar un rato para llamarla por teléfono para felicitarla a ella y a Luis María. No teníamos teléfono en casa y el teléfono público, si funcionaba, quedaba a varias cuadras.
Juan Cruz y Guadalupe se convirtieron en unos meses más en una presencia obligada en las reuniones políticas y aprendieron desde pequeños a dormir en camas armadas con dos sillas.
Entonces, ¡feliz cumpleaños Juan Cruz Cabral!
Buenos Aires, 15 de abril de 2020