El cartel del Cine Americano, mientras se construye el nuevo correo, y en la esquina un pedazo de El Mangrullo. La línea 4 unía entonces el cementerio con La Movediza, donde estaban los cuarteles y el barrio militar.
Quien
no pasó su infancia en Tandil no puede entender el significado del
Cine Americano.
Estaba
en General Rodríguez, casi esquina San Martín, al lado de El
Mangrullo, como se conocía al modernoso edificio de Rentas de la
Provincia -se sabe que nada envejece más rápido que lo moderno- y
daba tres películas, todas de acción: de cowboys, de policía, de
espías, de guerra, de piratas, como conocíamos esos géneros en
aquellos años. Uno entraba a las 15.30 y salía a las 9 y media de
la noche, listo para ir a casa a cenar.
En
el cine Americano se fumaba. Era el único en Tandil donde se podía
fumar. Y en la parte de atrás, separado por un fino vidrio, había
un, digamos, buffet, donde despachaban unos poco glamorosos
sandwiches de una fragante mortadela entre un enorme pan felipe,
cortado al medio. Eso podía ser bajado con una Coca Cola, una Bidú,
una Crush o una Quilmes de tres cuartos. En la mitad de la segunda
película, a eso de las seis de la tarde, el sandwich de mortadela
era casi una necesidad. También era una necesidad salir al baño en
el medio de la función como resultado de las gaseosas o la cerveza
que acompañaba la ingesta. El baño del Americano, recuerdo, era un
extracto concentrado de humo de cigarrilos y orines masculinos, que,
de niño, me obligaban a contener la respiración, o respirar por la
boca, en la obligada visita.
El
cine Americano de Tandil fue mi infancia cinematográfica. No hubo
película de cowboys, policial, de piratas o de guerra que no haya
visto en sus largas funciones. En general, eran películas que ya
habían sido estrenadas varios años antes y por las que el dueño de
todas las salas de cine tandilenses, Cantarelli, ya había pagado los
derechos de estreno y conservaba las copias para completar las tres
películas del Americano, en programas que cambiaban semana a semana.
Gary
Cooper, Alan Ladd, Kirk Douglas, Burt Lancaster, John Wayne, Richar
Widmark, Roy Rogers, el ridículo cowboy cantor con falsete alpino,
Victor Mature, James Stewart, llenaron mi niñez tandilense de
inolvidables momentos de aventuras. Después, ya en casa o en la
vereda, se trataba de reproducir en nuestros juegos y con una
cartuchera y un revólver Texas en la cintura, esas historias de
tiroteos, robo de ganado y duelos en la puerta de un saloon con
puerta vaivén.
En
esas tardes me hice amigo de Kirk Douglas para toda la vida.
Buenos
Aires, 5 de febrero de 2020
Nestor Jorge Freitas Lagrifa
ResponderEliminarExcelente relato, si era asi, vi los "Puentes de Toko Ri", entre polvora que no tenia olor reemplazada por la mortadela del bar de atràs.