martes, 7 de mayo de 2019

Cien años



Seguramente hoy es un día de discursos,
de carraspeos y palabras solemnes,
recordando a una muchachita, linda, criollita,
que pasó por la vida burlándose angelicalmente
de los discursos, de los carraspeos
y las palabras solemnes.

Venía de lo profundo y olvidado de la Patria,
de lo bastardo, lo entenado,
una chancleta sin padre,
la hija de la otra, la de afuera, la de la segunda casa,
esa institución romana que aún hoy conserva el continente.

Y se alzó a pura fuerza y puteada,
a puro ser hembra, decidida y hambrienta,
para convertirse en la reina de millones de mujeres como ella.

Olvidadas en las orillas de los pueblos y ciudades,
limpiadoras eternas de baños ajenos,
cocineras permanentes de cocinas deslumbrantes,
mientras en la casa la económica a leña recalentaba los guisos,
esas mujeres siempre de negro por muertos ya olvidados
encontraron en su sonrisa
y en el rubio de peluquería de su cabello
la esperanza, la bandera, la existencia y el sentido.

Treinta y tres años tenías cuando te moriste
y el llanto, el temblor y la angustia
volvieron a empañar a tus grasitas queridos,
lustrosos como estaban de saber qué ahora existían,
que ya nunca, nunca, nunca
volverían a la oscuridad del altillo
donde se esconden los hijos no deseados, los monstruos,
los vástagos de un error o un desvío.

Cien años cumplirías, Negrita.

Y no hubo un solo día desde que te fuiste
en que un negro de mierda,
una sirvienta sucia de mugre ajena
una obrera injuriada,
una desahauciada
no haya pronunciado
en el silencio de su cerebro
“Si Evita viviera...”,
no haya pensado en vos,
no te haya recordado iracunda y vibrante,
glamorosa y sonriente con tu vestido de Dior,
hundida en el abrazo tierno con el hombre
que junto con tu pueblo te convirtió en Evita.

Negrita, cien años
y conquistaste el corazón de un pueblo
y el corazón del mundo.
Y a puteadas y caricias
te convertiste en la más grande mujer de la tierra de los argentinos.

7 de mayo de 2019