Cuando
las circunstancias no están garantizadas, lo mejor es esperar,
resistir, transformar el tiempo en aliado. Jamás descender del ombú
antes de hora.
Getulio
Vargas
Fueron
siglos de luchas y pasiones
que
no olvidarán los hijos de nuestros
hijos
ni los hijos que de ellos vengan.
Espectros
nobles y heroico de Ganga Zumba y el gran Zumbi,
de
María Quiteria de Jesús disfrazada de soldado Medeiros.
de
Antonio, el consejero de Canudos
enfrentados
en lucha eterna con los espectros despreciables
del
sangriento bandeirante,
del
miserable mercader de yorubás y congos,
del
fiero violador nocturno en la zenzala.
Fantasmas
abismales de empolvados doctores masónicos,
de
violentos coroneles fazendeiros
que,
con Comte en una mano y el látigo en la otra,
pretendieron
con soberbia de terratenientes
construir
A
Civilização Brasileira,
ese
imperio y esa república europea
en
el medio de un continente de tucanes, pelícanos, orquídeas,
magnolias
gigantescas, arañas como puños, prodigiosas anacondas,
un
reino donde la sangre blanca de la hevea
brasiliensis
extraída
a tajo de machete le puso ruedas a Henry Ford,
y
el amargo grano que crece bajo el sol de Capricornio
le
puso desayuno al breakfast de huevo y tocino de Arkansas y New Jersey.
Todos
ellos se han despertado esta noche
porque
saben que esa lucha, que empezaron hace quinientos años,
vuelve
a repetirse con la pertinacia de una neurosis,
con
el ritmo preciso de una obsesión,
con
la obstinada insistencia de las nuevas quilombolas,
de
los iluminados en los que han vuelto a manifestarse
los
dioses del Olimpo africano,
los
viejos orixás que hoy habitan tus ciudades gigantescas
con
la misma presencia con que en Benin, en Angola, en la tierra de Oxum
signaban
la vida de esos hombres y mujeres que lograron
soportar
las cadenas, el látigo, la sentina y el olor a carne humana
dolorida.
La
tierra de los bandeirantes vuelve a ser el centro de la tierra.
Intentarán
engayolar a Lula
enlularán
la gayola,
para
que la historia vuelva a repetirse.
El
sereno ganadero gaúcho, el del tiro en el corazón
y
la carta que abrió un tajo en la conciencia,
lo
dijo cuando venían a buscarlo.
Tenía,
es cierto, una estancia y una aldea que era su fortaleza.
Este
pernambucano del carajo no tiene una aldea,
tiene
una clase, cuatrocientos años de injusticia
y
una pelea ganada contra el hambre de millones,
contra
ese mapa que dibujo Josué de Castro, su compatriota.
Que
no se baje del ombú antes de tiempo,
que
el tiempo sea su aliado
junto
con los brazos, el corazón y el cerebro de sus millones de amigos.
Ese
pueblo que ha aguantado quinientos años
rezando
a sus dioses, creyendo en sus santos, llenando de música
al
mundo entero
sabe
que las injusticias
siempre,
siempre,
siempre
se
pagan.
Buenos
Aires, 5 de abril de 2018