viernes, 20 de diciembre de 2013

Se ha ido la Cantora Nacional



Cuando nació todavía no se había promulgado la Ley Saenz Peña, sancionada en 1912, que daba el derecho al voto secreto y obligatorio a la mitad de la población. Recién había aparecido un auto norteamericano hecho en serie, el legendario Ford T. Sólo una década después, Luis Angel Firpo se enfrentaría con Jack Dempsey y los argentinos escucharían la pelea por un aparato llamado radio a galena. Un italiano director de operetas había estrenado hacía pocos años El Fusilamiento de Dorrego, primera película argentina con argumento.

En el año 1911 nacía en una estancia, en un paraje que había sido de indios pocos años antes y que conservaba su nombre mapuche, Guaminí, la hija de un capataz gringo, Marco Vattuone, una niña que sería conocida y admirada por multitudes a lo largo de un siglo: Nelly Omar.

Nuestra patria es joven y mirar cien años para atrás es encontrarse con historias de cautivos y cautivas, de malones, de vastos pastizales azotados por el viento y barridos por los cardos rusos, de polvaredas que cubrían el cielo de ocre y que, cuando llovía, se convertían en gruesos goterones de barro que manchaban la cal de los muros. Esos pocos más de cien años, de los que Nelly Omar fue testigo, vieron la transformación de la patria vieja -que miraban con añoranza los ojos opacos de viejos gauchos domesticados en las estancias- en la patria nueva de inmigrantes extranjeros y migrantes argentinos que se repartieron por todas las provincias. 


Vieron nacer un género musical -entre urbano y rural- que recorrería el mundo: el tango. Esta vieja inmensa que acaba de irse, Nelly Omar, acompañó con pasión y paciencia todos esos años y esas transformaciones. 

Fue una de las más grandes voces femeninas del tango y la expresión de un mundo que, aunque ya no existía, seguía llenando de nostalgia, amor y melancolía el corazón de sus compatriotas.

Su poncho criollo, recurso al que apeló, cuando la pobreza a la que la condenó el odio de la oligarquía no le permitía lucir un vestido digno de su arte, se convirtió en insignia de esa mujer que conmovió el corazón más conmovido de Buenos Aires, el de Homero Manzi. Fue el poncho que la cubrió, orgulloso, en el escenario del Luna Park que la recibió a sala llena para celebrar los cien años con la voz tan clara como cuando tarareaba algún tango de Razzano en el aljibe de Guaminí. Contó alguna vez que su sueño era ser aviadora, como Carola Lorenzini. El brillo de su talento, el dejo campero que filtraba en su canto la montaron en las alas del más hermoso y potente de los prodigios alados: la música popular y el fervor y la admiración de su pueblo.
Ha muerto una de las últimas mujeres de la generación de Evita, una de las últimas estrellas del firmamento artístico del peronismo.

La leyenda ya ha construido sobre ella románticos mantos de niebla. Su relación con Homero Manzi ha permitido crear raras y bohemias habladurías.

Su canto argentino, su voz gaucha y sutil la sobrevive para siempre.

sábado, 21 de septiembre de 2013

La sorpresa de La Colmenita


Anoche estuve en la magnífica presentación de La Colmenita en el Teatro Cervantes.

Me sorprendió todo. Pero, además del trabajo de los chicos y de un extraordinario argentinito de unos 6 años que es el protagonista de la historia, lo que más poderosamente me llamó la atención es una vuelta de tuerca que la obra “Sin embargo se mueve” le impone al clásico de Bertoldt Bretch “Galileo Galilei”, en el cual evidentemente se inspira.
Porque la apuesta filosófica de la obra no es la reivindicación del pensamiento científico por sobre las Escrituras y el poder de la iglesia con su interpretación dogmática.

La obra de La Comenita, en la que la música son distintas creaciones de Silvio Rodríguez, que constituyen el hilo conductor del coro brechtiano, propone una notable vuelta de tuerca. Hay una reivindicación del pensamiento poético, de la fe, de lo misterioso por encima del pensamiento científico y el sentido común. Propone, con una notable libertad intelectual, aferrarse a lo profundo de la singularidad humana, de su íntima convicción por descabellada que parezca a ojos de la ciencia. El héroe, un niño fabulador -nuestro argentinito en genial interpretación- es el Galileo de un pensamiento poético, que se confunde con la fe religiosa, con una visión del mundo no determinada por la ciencia, que negocia y triunfa sobre el pensamiento oficial, la burocracia que lo sostiene y, hasta, el sistema de poder.

Que esto provenga de un país cuyo pensamiento oficial es el marxismo implica una novedosa y rica alternativa: o hay una nueva visión del marxismo, que ha superado el positivismo del siglo XIX y el materialismo vulgar del siglo XX, o ya no hay un paradigma llamado socialismo científico y la sociedad quizás más libre de este continente ha ampliado a límites insospechados la posibilidad del hombre para soñar nuevos e, incluso, fantasiosos mundos.


Los niños de La Colmenita no traen el mensaje de los tractores de Stalin y sus sonrientes campesinos, ni siquiera el estoicismo de los guerrilleros de la montaña. Ofrecen una alternativa poética y me animo a decirlo, hasta religiosa, al ramplón materialismo del capital financiero.

martes, 30 de abril de 2013

La epifanía del tiempo

La epifanía del tiempo

Estuve en la marcha de protesta contra la provocación criminal y clasista de Macri. 
En la cercanías del palco, donde la multitud era más abigarrada, siento que una mano empuja suave, pero persistentemente en mi espalda. Me doy vuelta y veo a una mujer anciana y pequeñita, con el pañuelo blanco de las Madres en su cabeza. 

-Adónde va, le pregunto. 

-A la Plaza, me responde. 

Tomo su mano, se la apoyo firmemente en mi brazo y voy abriendo paso entre la gente, evitando que los cables le enreden las inseguras piernas o los desniveles del suelo la hagan tropezar. Logro llegar hasta la Plaza, detrás del palco, donde hay menos gente. 

-Llegamos. ¿A dónde va?, le pregunto.

-Al monumento, me responde. Ahora ya puedo ir sola.

Me agacho para darle un beso. 

-Gracias, compañero, me dice. Hoy cumplimos 35 años, me voy a encontrar con mis compañeras.

Y se va solita hacia la Pirámide de Mayo, testigo mudo de nuestros encuentros y desencuentros. Me quedo un instante mirándola, con los ojos levemente nublados.

Por ahí me lo encontré a Gaspar Harte, mi nieto, del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini. Cuatro generaciones estaban peleando por las mismas cosas. Tuve la sensación de vivir un momento histórico, una condensación de cientos de años en un instante. Algo como una densa y vivificante epifanía del tiempo, la vivencia individual de la condición de la especie, uno de los más humanos de todos los sentimientos.