La epifanía del tiempo
Estuve en la marcha de protesta contra la provocación criminal y clasista de Macri.
En la cercanías del palco, donde la multitud era más abigarrada, siento que una mano empuja suave, pero persistentemente en mi espalda. Me doy vuelta y veo a una mujer anciana y pequeñita, con el pañuelo blanco de las Madres en su cabeza.
-Adónde va, le pregunto.
-A la Plaza, me responde.
Tomo su mano, se la apoyo firmemente en mi brazo y voy abriendo paso entre la gente, evitando que los cables le enreden las inseguras piernas o los desniveles del suelo la hagan tropezar. Logro llegar hasta la Plaza, detrás del palco, donde hay menos gente.
-Llegamos. ¿A dónde va?, le pregunto.
-Al monumento, me responde. Ahora ya puedo ir sola.
Me agacho para darle un beso.
-Gracias, compañero, me dice. Hoy cumplimos 35 años, me voy a encontrar con mis compañeras.
Y se va solita hacia la Pirámide de Mayo, testigo mudo de nuestros encuentros y desencuentros. Me quedo un instante mirándola, con los ojos levemente nublados.
Por ahí me lo encontré a Gaspar Harte, mi nieto, del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini. Cuatro generaciones estaban peleando por las mismas cosas. Tuve la sensación de vivir un momento histórico, una condensación de cientos de años en un instante. Algo como una densa y vivificante epifanía del tiempo, la vivencia individual de la condición de la especie, uno de los más humanos de todos los sentimientos.