Manuel Vázquez Montalbán
Este sí era uno de los nuestros. Estoy verdaderamente triste.
Manuel Vázquez Montalbán era el último de los mohicanos, un gran escritor, creador del único antihéroe que hablaba español de la novela negra, un artista e intelectual militante y lúcido. Tuve oportunidad de conocerlo en un viaje a Buenos Aires, cuando lo trajo Luis Barone, quien se proponía filmar una historia de Pepe Carvalho en Buenos Aires. Lo he admirado hasta el plagio. Daría años de mi vida a cambio de poder escribir cualquiera de sus novelas policiales. Excelente tomador de vino, un comunista que sabía y quería gozar de los pocos placeres que ofrece nuestra condición humana y nuestro fugaz paso por la vida, un escuchador intenso y silencioso, un gallego de esos que te reconcilian con los abuelos, Vázquez Montalbán fue el testigo calificado del paso del franquismo, inmobiliario y turístico, al de la España que renunció definitivamente a su destino hispanoamericano y decidió, quinientos años tarde, y cuando el capitalismo ya era financiero, a ser el solarium de Europa. Sus novelas policiales hablan mejor que ninguna crónica de la España de la desocupación permanente, del “pasotismo”, del destape y la movida, de la España que cambió sus canciones de la Guerra Civil -de ambos bandos- por Loco Mía y Ketchup (A serejé...).
En algún lugar del mito se va a encontrar con Dashiel Hammet, con Raymond Chandler, con Ross Macdonald y el cielo y la reunión anual de los serafines y querubines será el escenario de algún sórdido crimen, que revele la cruel interna del Paraíso.
Me resulta difícil, desde la admiración, pensar que Vázquez Montalbán no está más en la tierra, buscando escenarios para la comedia humana que describió como muy pocos.
Me tomo en su memoria de gordo gozador el fondo de la botella de vino.
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